“… Enséñame a honrar mi responsabilidad, para que mi discurso fluya con amor, y pueda seguir mi viaje por la senda del corazón.” *
Hay un liderazgo que sólo puede ser ejercido cuando tomamos la autoridad interna que emana del corazón y dejamos que ésta sea la soberana en nuestra vida y así en todas nuestras relaciones.
Esta autoridad florece cuando ocupamos nuestro lugar en el círculo de la vida en armonía.
Cuando nos hacemos cargo de quiénes somos y reconocemos nuestra voluntad en una buena relación con la voluntad mayor que corresponde al tiempo y espacio del universo todo.
Cuando somos conscientes de los procesos y los resultados, de sus tiempos y sus ciclos.
Cuando comprendemos que hay un tiempo para cada cosa. El tiempo de la elección de la semilla, el tiempo del cuidado de la semilla, el tiempo de la siembra y sus condiciones, el tiempo de la espera y la paciencia, el tiempo de la manifestación. Y así en cada momento nos movemos desde ese entendimiento alineando nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Y cuando sucede de otra manera, nos damos cuenta, y tenemos la oportunidad de elegir cómo queremos situarnos nuevamente ante esas circunstancias, revisando lo que pensamos, sentimos y hacemos y la relación entre estos planos.
La autoridad del corazón florece cuando nos detenemos a profundizar en nuestra intención, a mirar con honestidad los propósitos que dan dirección a nuestros pasos y así, ver qué cualidades pongo en juego para acompañarlos de la mejor manera. Cuando trabajamos con amor y belleza en la buena utilización de esas herramientas y cuando no sabemos hacerlo y pedimos ayuda.
Cuando reconocemos los velos de la mente y sus enredos, que a veces nos distraen con las carencias y pequeñeces, llevándonos a competir, a ejercer una autoridad malentendida, que impone, violenta y nos vuelve soberbios e intolerantes con lo que nos es ajeno.
Florecemos cuando nos rendirnos a la medicina del corazón para ver con los ojos del corazón y desde allí las luchas internas y externas se vuelven diálogos, se disuelven los nudos que nos mantienen atrapados y se abre un universo de posibilidades que nos conectan con un espacio abundante y próspero, dentro y fuera.
Florecemos cuando las relaciones que construimos tanto con un@ mism@ como con los demás son generosas, con un buen flujo entre el dar y tomar, cuando todo el espacio emocional está disponible y todas las emociones son valiosas y legítimas, cuando decimos sí y decimos no enteramente.
Florecemos cuando como seres humanos sintientes en relación somos humildes con la vida y aceptamos lo que esta trae al tiempo que somos firmes ante las circunstancias y tomamos las decisiones que consideramos oportunas apoyándonos en nuestra fuerza amorosamente y poniéndola al servicio de la misma manera.
Cuando el ser humano se hace cargo de sí mismo y sus experiencias con responsabilidad y entrega a lo más auténtico, cuando es honesto con sus deseos y necesidades, sabiendo discernir los unos de las otras, cuando expresa su sentir y comparte de una buena manera, entonces es un buen líder para sí y de esa manera también para su comunidad. Conduciéndose en la vida con respeto, tolerancia, amor, amabilidad, firmeza y determinación para consigo mismo y todo lo que le rodea.
Entonces, algo se ordena y se da un buen equilibrio en nosotr@s mism@s y nuestra relaciones y así como es adentro es afuera.
Y me doy cuenta de que pertenezco a una red infinita y para que yo esté hoy en este punto es preciso que otras personas estén en puntos diferentes y así se sostenga el tejido, ya que de otra manera no sería posible su existencia. Si todos estuviéramos en el mismo punto, no habría telar alguno.
Y puedo apreciar el valor de este telar invisible que nos relaciona a todos, donde cada uno de sus seres está en perfecto orden y relación con los demás. Así, sosteniendo un ecosistema respetuoso para con la vida toda.
* Isha Lerner, del Libro “El Poder de las Flores”
Artículo Publicado en la Revista Energía Vital nº 17