Encontrarnos con nuestra naturaleza salvaje hoy en día no es sencillo. Después de un proceso histórico, sociopolítico y económico de domesticación en pos de la nueva civilización, hemos llegado a un punto donde generalmente lo salvaje está mal visto, es repudiado, censurado y temido.
Si bien es cierto que todo este proceso evolutivo ha traído muchos regalos para la humanidad, también tiene sus costes. Desde mi experiencia como mujer, hija, hermana, amiga, compañera y mi propio caminar, siento imperioso rescatar nuestra naturaleza salvaje, la cual es un don y un regalo que como especie portamos y que actualmente está en riesgo de ser olvidado.
Desde mi comprensión lo salvaje es una fuente de inagotable guía para el ser humano, es aquello que mantiene la pureza de lo que es, lo auténtico, lo que no ha sido tocado por el deber ser, lo que con toda su gracia permanece inalterable, verdadero, inviolable más allá del tiempo y el espacio. Es lo que nos permite movernos en la dirección de lo que es bueno para nosotr@s, guiad@s por la pureza de nuestros instintos y la libertad de lo que consideramos certero en cada momento.
La memoria nos recuerda qué hemos aprendido y cómo. Probablemente, hemos aprendido a disciplinar este aspecto esencial de la vida y a ejercer un control para dominar y doblegar esta parte del ser.
La sociedad en su intento de disciplinar a las mujeres, hombres, niñ@s, para homogeneizar, en su dificultad de vivir en las diferencias y negociar con ellas, nos sugiere unos roles rígidos, con unos determinados comportamientos, que dejan fuera la riqueza plural que poseemos. Hemos ido caminando muy lejos de nuestros cuerpos desconectando de esta fuente de infinita sabiduría.
En esta distancia, vamos desconociendo el cuerpo, nos olvidamos de escucharlo, no comprendemos sus mensajes y toda la corporalidad ya no es un código seguro para darnos soporte y dirección. Aprendemos a desconfiar de nuestro cuerpo.
Dudamos de sus señales, no sabemos acerca de nuestras sensaciones y su sentido, dejamos de acceder al entendimiento, porque hemos perdido la conexión con esta fuente. Hemos aprendido a conectar y priorizar toda la actividad de la corteza pre-frontal, a conectar y movernos desde el neocórtex cerebral alejándonos de la maestría del cerebro primario, el reptiliano, parte esencial de información que sostiene la vida.
Es entonces cuando se hace preciso recordar: “Existe una fuente de vida misteriosa (que no puede ser cartografiada intelectualmente) de la que mana algo bueno, a la que intuitivamente nos podemos confiar y nos dirige a la realización de nuestra potencialidad, al igual que una semilla de bellota conduce naturalmente al crecimiento y plasmación de un bellotero único. Esta fuente misteriosa de vida se abre camino a través de impulsos espontáneos a los que es mejor ceder y respetar, en lugar de imponer la tiranía de la voluntad y el control como único sistema de orientación.” *
Esta comprensión nos lleva a mirar la vida y a nostr@s mismos de una manera inclusiva, respetuosa, integrando y acogiendo todos los aspectos y partes de un@. Es una mirada inclusiva hacia la persona y hacia la vida, que tiene un espacio amplio donde pueden convivir de una manera armoniosa el instinto, la emoción y la razón. ¿Por qué empequeñecernos, y cercenar espacios internos ricos y plurales? ¿Por qué limitarnos en todo lo que somos y las posibilidades que eso nos ofrece?
La exclusión trae confusión, enfado, pelea, lucha, soledad, pues aquello excluido intenta abrirse camino y tener un lugar y a veces lo hace manifestándose en forma de descontento, insatisfacción, otras en forma más compleja a través de enfermedades en los distintos planos de la existencia física, psíquica y emocional.
Recuperar el valor de la naturaleza salvaje, es recuperar la salud, es recuperar los recursos naturales con los que contamos para abastecernos y abastecer el territorio que poblamos, cuidarnos y regenerarnos. Es recuperar la ecología en nuestra vida, una visión ecológica de ser. Llama a un entendimiento de la circularidad y el ecosistema en el que vivimos y así el ecosistema que somos tod@s y cada un@ como seres human@s habitando su cuerpo, donde ningún aspecto está por encima del otro aunque cada uno tenga su función y su especificidad.
Conocer nuestra mujer y hombre salvaje y darle espacio en nuestra vida es un soporte de inmenso valor para la autonomía y soberanía de tod@s. Nos ayuda a discriminarnos y diferenciarnos, a orientarnos, a saber quiénes somos como individuos, nos permite colaborar en la construcción del mundo propio, a la vez que nos religa a un espacio mayor de común unidad con el grupo, sociedad, colectivo al que pertenecemos, reconociendo a nuestra manada y viviendo en paz con el resto.
Nos ayuda a distinguir paz de pasividad en momentos cruciales y así tener toda la fuerza, el coraje, y el valor, para enfrentar los obstáculos y tareas que trae la experiencia humana. Tomando las propias decisiones a pesar de la opinión de los demás, sabiendo discernir cuando retirarnos y cuando defender nuestra posición y afirmarnos ahí donde nos corresponde.
Es tiempo de recuperar la soberanía personal. Nutrirnos, cuidarnos, atendernos y dejar de tomar decisiones por y para l@s demás.
Volver a traer la conciencia, la atención y así todo el amor a nuestro cuerpo, y así al territorio que habitamos, recuperar la memoria de lo más primario, lo instintivo que pulsa en cada un@, ese animalito que cuida su vida por sobre todas las cosas. Animal que reconociéndose parte de su manada, busca su propia medicina, avanza, pausa, evalúa los riesgos, toma iniciativa, decide y sobre todo se cuida buscando siempre lo mejor para sí mism@, lo que trae bienes también para toda su red, a veces invisibles en lo inmediato, otras bien visibles.
La naturaleza salvaje nos llama a ser fieles a nosotr@s mism@s y estar en contacto con nuestra guía interna. Tener esta parte disponible para darnos cuenta de lo que necesitamos verdaderamente y movernos en ese sentido con todo el permiso interno.
*Joan Garriga. “Autorregulación Organísmica y Movimientos Del Alma. La Terapia Sistémica De Bert Hellinger
Artículo Publicado en la Revista Energía Vital nº 18